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La primera vez que vi una obra de teatro sentí que una corriente me traspasaba y me conectaba con el cielo.

 

La primera vez que fui al cine tuve que volver a aprender a respirar delante de la pantalla porque me ahogaba la emoción.

 

Llevo haciendo teatro desde la adolescencia e interpretando desde que tengo uso de razón. Mis primos se reían de mi cuando era niña porque interpretaba escenas en el baño imaginando que las cortinas eran los otros personajes. Aquel era un juego mágico y me enseñó que unas simples cortinas de baño pueden convertirse en lo que yo quiera.

 

Mi primera oportunidad como protagonista de un espectáculo vino acompañada de grandes dificultades, después de un mes y medio de ensayos y una sola función el proyecto cayó en el vacío. En ese momento me llené de valor y asumí además de mi rol de actriz, el papel de productora de una compañía. Conseguí levantar el telón de aquella magnífica obra y crear una familia teatral de la que hoy me siento orgullosa.

 

He producido cinco espectáculos y ya no le tengo miedo a los números, gestiones,  ni al trabajo de producción cuando se trata de proyectos que me hacen crecer como persona y como artista.

 

Para mi ser actriz no es un trabajo, sino un camino en el que a veces hay encuentros memorables, grandes alegrías, mucho esfuerzo, algún que otro dolor, y sobre todo, la posibilidad de contar historias y crear experiencias junto a otras personas.

 

Estudié en la Resad de Madrid, en la ENA de Cuba, en la Escuela de arte del Caribe, en el IALS de Roma... pero donde realmente he aprendido lo poco que sé ha sido trabajando junto a grandes profesionales y artistas.

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